Guerra, desigualdades, neoliberalismo: los desafíos de la izquierda ucraniana, por Francesca Barca – 11 de marzo de 2025

¿Qué significa ser de izquierdas y encontrarse ante una guerra de invasión, que no elegiste ni quisiste, y que te obliga a revisar tus principios y puntos de vista sin dejar de defender una sociedad más justa? Una conversación con algunos militantes de las izquierdas en Ucrania.

La estación de metro de Osokorky en Kiev, febredo de 2025. | Foto: FB

Kiev, febrero de 2025. Andrii me ha citado en un bar de Pozniaky, barrio de Kiev en la denominada “Left Bank”, la orilla izquierda del Dniéper, el río que atraviesa la capital ucraniana; en la “Right Bank”, es decir la orilla derecha, se encuentran el centro histórico y político, y sus barrios más elegantes y de moda, así como la sede de los edificios del gobierno.

Andrii tiene 30 años, es programador web y miembro de Sotsialnyi Rukh (“Movimiento Social”, SR), un movimiento político de izquierdas.

Antes de la guerra, las actividades del grupo (que no es un partido) se concentraban principalmente en las calles y en la cuestión del trabajo y los derechos. Hoy, la situación es complicada por la guerra y la ley marcial que prohíbe manifestaciones, huelgas y protestas.

“El principal problema en Ucrania es que antes no teníamos una tradición socialdemócrata: la socialdemocracia en Ucrania fue destruida por los bolcheviques y los rusos. Las izquierdas estaban tradicionalmente vinculadas al Partido Comunista y a los partidos satélites. Después del Euromaidán, aquellos que no querían ninguna conexión con el pasado comunista ni con Rusia, crearon el SR”, me dice en inglés, mientras bebe un sorbo de su chai.

El Dniéper desde el tren subterráneo que cruza el río. | Foto: FB

“La situación es muy complicada, estamos en peligro y los derechos civiles están limitados, lo que es comprensible en tiempos de guerra”. Al mismo tiempo, la guerra “ha empujado a la sociedad civil a actuar: hoy tenemos muchas iniciativas ciudadanas. Y estos movimientos crean un diálogo permanente con el poder, y eso nos salva, porque sin esta retroalimentación creo que el gobierno no haría lo que es justo”. SR, que apoya a los soldados en el frente y a la población civil afectada por la guerra, ha hecho campaña, por ejemplo, para que el municipio de Kiev contribuya más a la financiación del ejército.

“Sabemos perfectamente que los occidentales no comprenden a Ucrania, porque es un país pequeño, poco importante y a menudo los razonamientos de la gente están basados en estereotipos”, pero hoy en día una mayor comprensión “puede marcar la diferencia en las vidas de los ucranianos”.

El esfuerzo tiene que ser “justo”

La sede del Sotsialnyi Rukh está en Podil, barrio céntrico de Kiev, en el “Right Bank”, donde se encuentran numerosos restaurantes, cafés y librerías. Comparten el local con Pryama Diya (Acción Directa, PD), un sindicato estudiantil que milita por una enseñanza completamente gratuita y exenta de discriminaciones.

Vitaly Dudin, Dionysii Vynohradiv y Vova Hesfer me dieron la bienvenida en el patio del edificio.

Vitaliy Dudin, Dionysii Vynohradiv y Vova Hesfer en las oficinas de the Sotsialnyi Rukh. | Foto: Vitaliy Dudin

A Dudin lo conocía ya indirectamente, pues había leído sus intervenciones, publicadas en la revista Commons que reúne diversas colaboraciones de la izquierda ucraniana: es un jurista especializado en derecho laboral y ha sido cofundador de SR. Vynohradiv es un estudiante de filología, representante de PD y miembro de SR.

Hesfer es un militante ecologista. Ya desde principios de febrero estaba muy preocupado por el acuerdo sobre la explotación de las tierras raras de Ucrania, a cuyo aprovechamiento la administración Trump condiciona la continuidad de las ayudas militares estadounidenses. Vova participa también en proyectos de ayuda a quienes han perdido sus casas en la región de Jákov (al norte), donde el ejército ruso avanza, aunque lentamente.

La cuestión de la resistencia hoy resulta crucial, me dice Dudin: “Hemos recibido mucha ayuda de Estados Unidos y de otros países occidentales, en señal de apoyo a la democracia y la lucha contra el autoritarismo. Hoy por hoy esta ayuda parece estar mucho más condicionada a que Occidente pueda obtener beneficios: esto influye en la situación del conflicto en Ucrania. Estas condiciones nos impiden construir a largo plazo, desarrollar la democracia y una competencia plural en la vida política. Y también nos impiden establecer una cooperación sólida con otros países, porque todo puede cambiar. Así que lo único en lo que creemos es que el pueblo ucraniano debe permanecer unido y luchar”.

A día de hoy, SR ha podido tejer una serie de vínculos políticos con partidos y organizaciones progresistas y socialistas en Europa, entre las que se encuentran la Alianza de la Izquierda Verde Nórdica, y la Alianza de la Izquierda Verde de Europa Central y Oriental. La oficina en la que estamos está financiada, me dice Dudin, por el Instituto Danés de Partidos y Democracia con la ayuda de Enhedslisten (Alianza Rojo-verde, el partido ecosocialista danés) y el partido danés Alternativet (La Alternativa).

La bandera de Pryama Diya en las oficinas de Sotsialnyi Rukh. | Foto: FB

La oleada inicial de resistencia que el país planteó tras la invasión rusa de 2022 está ahora en peligro: no por la idea de que se deban abandonar los combates –ninguna de las muchas personas con las que hablé en Ucrania planteó esta posibilidad– sino por la cuestión del esfuerzo bélico, que tiene que ser “justo”.

¿Qué significa todo esto? “En 2024, se introdujo una nueva tasa impositiva sobre los salarios de los trabajadores para financiar el esfuerzo bélico. “Antes era del 1,5 %, ahora es del 5 %”, me explica Dudin. “Para las empresas, todo es más o menos igual que antes. El único segmento que ha sufrido un poco es el de los “empresarios individuales”, pero se trata de trabajadores independientes con pequeños negocios autónomos y su propio número de IVA.

“Los trabajadores, los campesinos, los obreros y las clases populares pagan un precio desproporcionado en este conflicto. Las reformas que se han llevado a cabo, como la desregulación de la legislación laboral, han debilitado aún más los derechos de los trabajadores, destruyendo obviamente la poca confianza que aún tenían en el Estado. Las leyes recientes han reducido las protecciones sociales y facilitado los despidos, incluso en tiempos de guerra. Aunque la existencia de Ucrania depende de la resiliencia y el esfuerzo colectivo de sus ciudadanos, la actuación del gobierno está debilitando los propios cimientos de esta solidaridad”. Así habla Hanna Perekhoda, historiadora y miembro del SR, con quien hablé antes de llegar a Kiev.

“La realidad es que el gobierno ucraniano, al mantener su lógica neoliberal, no sólo socava la soberanía económica del país, sino que también pone en peligro su cohesión social, condición crucial para la supervivencia de una sociedad en guerra. El gobierno está en un callejón sin salida. Intenta librar una guerra total contra una potencia imperialista, mientras se aferra a la fantasía de una economía neoliberal. Como se basa en imaginarios sociales profundamente individualistas y economías desreguladas, no se adapta a las necesidades de defensa que requieren esfuerzos de solidaridad en todos los niveles de la sociedad”, analiza Perekhoda.

“Este tipo de desigualdad es terrible”, añade Vynohradiv en ucraniano, traducido por Dudin: “La élite, los políticos, los grandes empresarios, pueden abandonar el país si quieren y pueden empezar una nueva actividad. El resto de la población sólo tiene obligaciones. Se está produciendo una especie de ruptura del contrato social”.

Hoy en día, naturalmente, la presión sobre las finanzas públicas es mucho mayor que antes de la invasión a gran escala, añadió Dudin: “Tenemos que alimentar al ejército. Tenemos que comprar armas. Tenemos que construir elementos de defensa en el sur y el este. Tenemos que mantener nuestras centrales de producción de electricidad. Tenemos que reconstruir nuestras casas, escuelas, universidades, hospitales. ¿De dónde vamos a sacar el dinero? Creo que este modelo de, no sé, subvención internacional de las necesidades ucranianas impuesto por Zelenski se ha agotado y está llegando a su fin”.

Un grupo antiautoritario

Al día siguiente volví a Pozniaky para reunirme con Solidarity Collectives (SC, Колективи Солідарності), un grupo activista que se formó a raíz de la invasión a gran escala de 2022 para ayudar a algunos de los soldados en el frente y a la población civil. SC se identifica como un grupo “antiautoritario”.

Kseniia me explica lo que significa: “Algunos somos anarquistas, hay militantes feministas, progresistas, ecologistas, personas de izquierdas. Algunos no se identifican políticamente, pero comparten ideas progresistas en general (derechos LGBT, derechos de las mujeres, ecologistas…)”. Antes de la invasión a gran escala, “nuestro movimiento estaba dividido, el drama típico de las personas de izquierdas, ¿sabes?”, me dice, sonriendo en la mesa del KFC del barrio.

Son las 9:20 de la mañana, la temperatura afuera es de -8 °C grados y la cadena de comida rápida es el único local donde se puede tomar ahora un café. La cajera me recibe con una gran sonrisa, asombrada de que yo no hable ucraniano.

El distrito de Pozniaky, en Kiev. | Foto: FB

Los bloques de apartamentos construidos en su mayoría en la década de 1990 se alternan con calzadas muy transitadas. En mi segunda cita aquí, pregunto sobre Pozniaky. Kneniia me explica que Pozniaky es un barrio obrero, con trabajadores y trabajadoras cuyos puestos de trabajo suelen estar en el “Right Bank” de la ciudad.

Los alquileres aquí son más bajos que en el centro de Kiev (con mejores servicios de transporte público), donde los precios de las viviendas se han disparado en los últimos tres años, alcanzando picos que recuerdan a los de las capitales más caras de Europa occidental.

Además, en caso de alarma antiaérea –la mayoría de las veces durante la noche y a veces durante el día– los medios de transporte público que llevan al “Left Bank” están cerrados, lo que obliga a los que viven allí a dormir en el metro o regresar en taxi, a precios inasequibles para los salarios ucranianos. El salario mínimo en Ucrania es de 8000 grivnas, el medio es de 20 000, lo que equivale, respectivamente, a 180 y 450 euros.

Después de la invasión a gran escala, una parte de Solidarity Collective decidió alistarse, mientras otra se dedica a ayudar a los civiles, yendo regularmente a zonas de primera línea para apoyar a las comunidades locales y a quienes huyen de los territorios ocupados, otra parte se ocupa de aprender a construir drones, programarlos y manejarlos y luego los entrega a soldados antiautoritarios o de izquierdas en diversos batallones.

El empeño del SC por recolectar equipo militar es un ejemplo del inmenso trabajo realizado por la sociedad civil ucraniana para apoyar, de manera muy práctica, a las fuerzas armadas frente a un Estado incapaz de satisfacer sus necesidades.

Existen decenas de fundaciones, cientos de iniciativas para enviar dinero a diversos batallones (o al ejército en general) o para comprar armas y equipos para la instrucción de los soldados… Por ejemplo, la Fundación Come Back Alive, una de las más conocidas en el extranjero, ha recaudado más de 14 000 millones de grivnas (unos 320 millones de euros) desde 2022.

SC considera que la comunicación es crucial para su actividad: “Para nosotros era muy importante mostrar la perspectiva de las izquierdas, la actividad y los relatos de los militantes antiautoritarios en primera línea”. Y por dos motivos: sostener el esfuerzo de la resistencia del país, pero también hacer oír la voz y relatos propios, porque la cuestión de la guerra es un tema particular y comprensiblemente complejo para quien milita en grupos de izquierdas: “Muchos antimilitaristas del pasado, como las personas que acusaban a otras, por ejemplo, de la militarización de la sociedad aquí en Ucrania, finalmente admitieron el recurso a las armas y nosotros tratamos de explicar el porqué”.

Kseniia con soldados anarquistas de la unidad de reconocimiento aéreo. | Foto: Solidarity Collectives

Las evoluciones históricas y el actual contexto específico han creado una brecha de entendimiento entre los militantes de izquierdas ucranianos (aunque lo mismo podría decirse de otros países del antiguo bloque soviético) y sus homólogos occidentales.

Como me explicaba Hanna Perekhoda: “Para muchos activistas de izquierdas que viven fuera de zonas de guerra y estados dictatoriales, estas condiciones fundamentales –la supervivencia física y la libertad básica– se dan por sentadas. Esto crea un peligroso punto ciego, que regímenes como el ruso explotan con formidable eficacia. Por lo tanto, la izquierda ucraniana debe actuar en este entorno: comprometiéndose con la justicia y la igualdad y al mismo tiempo participando en la lucha inmediata por la supervivencia física de su sociedad. El desafío es mantenerse fiel a sus propios valores mientras se libra esta doble lucha: resistir a un agresor externo y trabajar por una sociedad más justa y equitativa dentro de Ucrania”.

Unos días después Perekhoda añadió, “el conflicto ha sacudido todo, incluso el propio concepto de política. Ahora está claro que toda política requiere al menos dos condiciones fundamentales: mantenerse viva y preservar un cierto grado de libertad”.

He terminado mi café y no he dejado que Kseniia termine el suyo, pero a ella no le importa: “¿Por qué estamos en esta situación? ¿Porque un régimen autoritario decidió que merecíamos ser ocupados? Porque somos ‘fascistas’ o cualquier excusa que hubieran inventado… Estas motivaciones eran las mismas para todos, junto con la preocupación personal y profunda, por familiares y amigos, y por los lugares donde crecimos, y por este conjunto de derechos que tenemos, que deben ser defendidos. Estas son las cosas que hacen tan grande la motivación para luchar, porque o nos tocaba morir, o peor todavía, porque tendríamos que luchar”.

El taller del colectivo The Solidarity Collectives. | Foto: SC

“Ucrania no es perfecta, pero es el proyecto más democrático que existe en los territorios de la antigua URSS. Tenemos derechos. Hemos luchado por estos derechos, siempre. Y para nosotros era importante defender lo que teníamos y poder seguir adelante haciendo crecer este proyecto”, me dice mientras me acompaña al metro.

¿Está Europa en el horizonte?

Mis interlocutores e interlocutoras ven la Unión Europea como la única salida posible para el país, pero no sin algunos “peros”: “Creo que antes de la guerra, los ucranianos tenían una idea un tanto fabulosa de Europa, como si todo allí fuera fantástico, sin contradicciones sociales. La situación ha cambiado, muchos están en Europa, y no por turismo. Y ven que para muchas cosas es mejor, pero para otras no. Además, observo que muchos países occidentales están adoptando una dirección política que cada vez se parece más a la que conocemos aquí: personalización extrema y distanciamiento de la base, una política que en realidad no habla de política; una política que no tiene ninguna organización que la respalde, pero sí un apoyo electoral óptimo”, me dice Andrii.

Pero esto no impide que se vea un horizonte común: “Necesitamos a la Unión Europea. Necesitamos que se ponga más en práctica el Estado de derecho, Europa tiene instituciones y leyes comunes. No creo que Europa sea la respuesta a todas nuestras preguntas, tan solo hay que mirar a Hungría, pero sí pienso que tenemos un problema común que deberíamos resolver juntos.

Vynohradiv está de acuerdo y no se hace ilusiones. Sí, “es una Unión neoliberal, pero todavía queda la esperanza de que, por medio de una mayor integración de los estados en uno solo, sea posible luchar a un nivel más amplio por la realización de algunas iniciativas humanísticas en beneficio de todos. En todo caso, no atañe a Putin decidir si Ucrania quiere entrar en la UE o no. Esto tienen que decidirlo exclusivamente los ucranianos y ucranianas como integrantes del pueblo ucraniano”.

Dudin concluye diciendo: “La UE es una institución muy compleja. No sé si Ucrania ejercerá algún tipo de impacto en la agenda europea, pero pienso que nuestros políticos ya han destruido nuestro sistema de bienestar y no se detendrán, porque las empresas no están satisfechas con el nivel de destrucción de nuestros derechos sociales. Así que tal vez unirnos a la UE nos salvará del peor escenario posible y tendremos una especie de línea roja por debajo de la cual no caeremos en términos de derechos sociales, económicos y humanos. Puede ser un instrumento de protección.”

Cuando salgo de la oficina de SR en Podil, Dudin y Vova me acompañan a mi hotel, para asegurarse de que no tengo problemas con el espeso hielo que cubre las aceras nevadas de Kiev. Mientras caminábamos, Dudin me dijo algo que tuve que anotar rápidamente en mi teléfono para no olvidarlo y que, en mi opinión, cuenta una parte importante del asunto: “El apoyo popular generalizado y la solidaridad masiva que surgieron durante la guerra han demostrado que la participación en la vida política ya no es un privilegio de las clases más altas”.

Francesca Barca es periodista, editora y traductora, licenciada en Historia Contemporánea por la Universidad de Bolonia. Trabaja en Voxeurop, donde se encarga de Cuestiones sociales y desigualdades. En el pasado ha trabajado para otros medios de comunicación europeos, como Courrier International y Cafébabel.

Traducido por Rafael Aparicio Martin.

Este artículo se redactó en el marco de la visita de estudio de n-ost a Kiev en febrero de 2025 y se publicó dentro del proyecto de colaboración Come Together. Se publicó por primera vez en Voxeurop.

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